Esta libertad que me tiene del cuello
Es lógico que queramos botar la casa por la ventana para celebrar el bicentenario. Claro que sí: se trata nada menos de la Independencia, de la nuestra. Se trata, incluso, de la Libertad, de la suya y la mía. Y como se trata del bien más preciado de los seres humanos, es necesario pensar en qué tipo de celebración queremos. No creo que sea una llena de júbilos, vitoreos, aguardientes y tiros al aire. Ya no estamos para eso. La verdadera celebración que podemos regalarnos es la revisión meticulosa de estos 200 años de ciudadanía. Cosa que se hace a diario en los cafés, en las calles, en los parques y en las cocinas de las casas, pero no se hace en los libros de historia que educan a nuestros niños.
De esa revisión dichosa quiero hablarles, de la que está haciendo el grupo Varasanta en su último montaje: Fragmentos de libertad - 200 años, libertad en proceso. Una obra que nos enrostra las verdades de estos años que han pasado. Y lo hace de una manera dichosa, porque la verdad nunca es triste; lo triste es no verla, pasar de largo y vivir de sucedáneos mentirosos. Todo comienza por donde debe comenzar una historia de Colombia, con la buena vida que se mandaban los indígenas, primeros habitantes de este continente. Entonces viene la brutal conquista y el derrumbe de los dioses: la pérdida del verdadero paraíso, el dolor. Y esa tristeza la fuimos heredando los mestizos a través de los años. Varasanta me contó eso, me lo hizo ver. Mejor aún, me lo hizo sentir. Sentí la rabia con la que se fundaron las ciudades. Sentí la indignación ante tanto ultraje de virreyes y comendadores. La altanería de los comuneros, el aire que ondeaba de verdades las banderas. La torpeza, la ingenuidad y la poesía de todo un pueblo: de nosotros. De sus padres y abuelos. De los míos. Porque llegan las muchas guerras intestinas del siglo XIX. Y llegan las dolorosas guerras del XX. Las malditas guerras del XXI. Y todo eso me lo mostraron, me lo hicieron sentir desde la belleza, desde el humor, desde lo elemental, desde la vehemencia. Fragmentos de libertad es una obra valiente.
Dice el programa de mano: "Buscamos en la compleja historia de nuestro país los momentos en que logramos vislumbrar la libertad. Tratamos de profundizar en esa sensación, de buscar su verdadera condición, enaltecerla, rozarla mediante una experiencia real y concreta, procurando usar el arte como vía de liberación". Y eso que dice es verdad. Doy fe. Gracias a estos fragmentos de libertad pude hacerme un examen psiquiátrico como ciudadano. Un examen liberador. Ciudadano en el diván con síntomas de bipolaridad, esquizofrenia y paranoia que ha comenzado a aceptarse como es. Parece más feliz y sonríe, dirá el psiquiatra.
El montaje de Fragmentos es de una elegancia plástica sin par. Desfilan las voces de todos nuestros libertarios por el escenario, cantan canciones delirantes y el espacio se transmuta en la medida de las épocas. La tierra, la patria, el campesino, el ciudadano, las masacres, las revueltas, los políticos, los himnos falsos, los títeres y otra vez la tierra y el júbilo, los reyes y presidentes aparecen como elementos de un enorme rompecabezas llamado Colombia. El resultado es un retrato del país tan verdadero y amoroso, que uno no deja de sonreír durante la obra. Una sonrisa de aceptación. Sí, así hemos sido, así somos. Qué bacano verlo de frente. Qué bien reconocerme en los demás.
Varasanta me contó y me hizo sentir tantas cosas, que me parece injusto que todas esas imágenes sean privilegio de pocos. Y como uno siempre quiere compartir atardeceres, no puedo menos que recomendarles que vayan. Jueves, viernes y sábado a las 7:30, hasta el 22 de mayo. Más que una obra de teatro, es una experiencia teatral.
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